No todas las pérdidas se ven. Algunas duelen en silencio.
Este espacio nace para dar voz a ese tipo de dolor que no cabe en los rituales ni en los discursos oficiales. Aquí te comparto un pedacito de mi historia, y de cómo aprendí a transitarla.
Hay pérdidas que no se reconocen porque no hay motivo oficial.
No hay pésames, no hay rituales, no hay cuerpo al que velar.
Y, sin embargo, tú sabes que algo ha muerto.
Y lo que más duele no es la ausencia, sino no darte permiso para sentirla.
Este tipo de duelo tan invisible es uno de los más desgarradores.
No por lo que se pierde, sino porque no se valida el dolor.
He transitado muchas formas de pérdida desde mi infancia.
Aunque algunas fueron visibles, no todas fueron reconocidas.
Crecí en una familia donde la muerte no se evitaba ni se disfrazaba.
Desde muy pequeña, acudía con mi abuela a velatorios.
En aquellos tiempos era habitual ver a la persona fallecida.
Esa naturalidad me ayudó a integrar la muerte como parte de la vida.
Acompañar a mi madre en su tránsito fue el mayor acto de amor que he experimentado, después de dar a luz a mi hijo.
Durante años me pregunté por qué mi vida estaba tan marcada por procesos de despedida.
Llegó un momento en el que comprendí que aquello no era una cadena de infortunios, ni un castigo.
La PsicoAstrología fue para mí un descubrimiento que lo cambió todo.
Me permitió entender que cada tránsito vivido tenía un sentido.
Por primera vez, dejé de ver mi historia como una sucesión de golpes y empecé a comprenderla como un mapa.
Ahí me reconocí. No por lo que en su momento experimentaba como sufrimiento, sino por la oportunidad de seguir amándolos desde otro lugar.
Cada experiencia me ha confirmado que este es mi camino:
acompañar con entrega, compasión y la certeza de que ninguna muerte es un final, sino una transformación.
He aprendido que este tipo de pérdidas no se superan, pero si hay disposición, se aprenden a habitar.
Y solo integrándolas es posible descubrir el para qué.
Si estás aquí, quizás también intuyes que lo que has vivido merece ser habitado, no silenciado.
Marianne
